jueves, 12 de marzo de 2015

«Sed» de Cristina Castello: «Destellos iluminados de la palabra liberada», por François Xavier

Destellos iluminados de la palabra liberada


 La pequeña hermana de Rimbaud vive en Buenos Aires. Es verbo puro. Nombre desnudo de la palabra encantada, lleva consigo el diamante perdido de la humanidad: el amor. En el torbellino del horror cotidiano de un mundo enloquecido, Cristina Castello persiste en buscar la belleza en un estallido de silencio. Salida indemne del diluvio de oscuridad que se abatió sobre Argentina, en una época en que los militares creyeron que el ejército tenía un alma, ella se convirtió en periodista para ayudar a salvar al país sin dejar de ser la poeta que en cada segundo de vida respira a pleno pulmón. 
        Hispanófona de nacimiento pero políglota de vocación, aquí está presente, en la lengua de Voltaire, con este espléndido libro de poemas dedicado a la condición humana. André Malraux la habría acogido con los brazos abiertos, mensajera de una cultura tan lejana en kilómetros pero tan presente en paralelo de crepúsculos. Poesía bendita de la lengua universal, el misterio del agua azul infinita de mar y París, como capital mística, reunidos aquí bajo la cobertura de un editor del sur con nombre de viento, y así se cierra el círculo de un poeta al otro con suelas de viento, ese aire insuflado, precisamente, para pregonar en los senderos de la vida las esperanzas del corazón de los hombres.
          Poeta de miríadas de estrellas en la noche del mundo, Cristina siembra las pequeñas semillas de un himno dedicado a los justos, una Novena Sinfonía argentina, milagro de la sintaxis en el flujo y reflujo de las mareas humanas. Alabemos entonces nuestro tercer milenio, que nos habrá aportado también este Internet, magnífica tela de araña donde cada día se tejen los amores del mañana; espacio de libertad y creatividad donde encontré a la bella argentina un día de septiembre del año 2003, a la vuelta de un enésimo vínculo que me impulsó hacia su sitio, extraordinario santuario de la palabra justa, de la artista inocente apasionada por la justicia y el amor.
          Leamos Sed como un náufrago del desierto ¾lo que somos en realidad¾ y aprehendamos esta pequeña muerte, que es placer vivo, en la cascada del poema, en la música de la palabra justa, al ritmo de la puntuación insolente de verdad. Leamos, leamos y releamos, en la claridad del sol poniente, el hielo azul del poema cristalizado en páginas blancas. Leamos la Argentina bajo sus mas bellos atavíos, amémosla también como el país de Borges, pero desde ahora como el anclaje de una voz de bronce; Argentina, el país de Cristina Castello.

París, 1 de junio de 2004
Traducción de francés: Patricia Cadranel


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